La profesión funeraria era única y emergente en la Inglaterra del siglo XVIII. El término se refería a «alguien entre contratista y empresario. Ellos organizaban funerales”, explicó Thomas Laqueur, profesor de historia de la Universidad de California, Berkeley. «Inicialmente, organizaban funerales de lujo para familias con escudos de armas». Alquilaban capas, escudos y otros productos para quien pudiera pagarlos.
Antes de eso, todos, excepto la élite, eran sepultados en cementerios. Pero los miembros de la clase media querían que sus funerales fueran más personales que el entierro habitual en el cementerio, aunque diferentes de los de los ricos. A principios del siglo XVIII, los profesionales funerarios comenzaron a coordinar funerales con un nuevo estilo. “Ellos empezaron a pedir ropa, carruajes, comida y anillos de diferentes personas”, dijo Laqueur, autor de la obra “El trabajo de la muerte: Una historia cultural de los restos mortales” (The work of the dead . A cultural history of mortal remains. Princeton University Press, 2015).
En ese entonces no se embalsamaba y las mujeres solían lavar los cuerpos. En una ciudad pequeña, la persona que hacía el ataúd (tal vez un carpintero) a menudo también organizaba el funeral para un granjero u otro miembro de la comunidad. «Todos eran invitados a la fiesta y les entregaban un brazalete negro para usarlo en el brazo», señaló Laqueur. En el siglo XVII para los funerales de los pueblos, dice Laqueur, las personas simplemente se iban de casa y se subían al primer vagón que pudieran encontrar.
A la inversa, los funerales de los aristócratas eran realmente caros a principios del siglo XVII. Una persona importante podía tener 40 carruajes y regalar anillos de luto. Los funerales se vieron afectados rápidamente durante las primeras fases de la urbanización, a medida que evolucionaba una sociedad más material. En el siglo XVIII, a medida que los funerales se hacían más frecuentes, dijo Laqueur, «los profesionales funerarios fueron contratados para organizarlos en ciudades nacientes u otros lugares donde hubiese suficiente gente para verlos.”
Impacto industrial
Por lo general, la década de 1780, se considera como el comienzo de la Revolución Industrial. Sin embargo, para Laqueur, el aumento de la riqueza comenzó un poco antes, en lo que él llamó la «revolución comercial», que se convirtió en una revolución de expectativas crecientes. La riqueza material de la cultura aumentó enormemente. «La gente comenzó a querer mostrar su lugar en el mundo», observó Laqueur. Muchos exigieron no tener un «funeral de pobres».
En el siglo XVII, la mayoría de las personas fueron enterradas en sudarios. «Para el siglo XIX, la gente quería verse medianamente decente», dijo Laqueur. La oferta y la demanda pronto convergieron. Los fabricantes británicos desarrollaron la capacidad de producir en masa: ataúdes, manijas más atractivas, guantes, bufandas y todo tipo de telas negras, ángeles y flores al por mayor, al igual que más personas pudieron pagar estos productos para los funerales.
El aumento de los estándares generó una industria funeraria distinta. Los directores de funerarias se pusieron a disposición para satisfacer las nuevas necesidades. Las familias podían entregar recuerdos a sus amigos, incluyendo medallones, anillos de luto, bufandas y guantes negros. Los más cercanos al difunto obtenían un artículo más personal y cuidadosamente elegido. «Los funerales se convirtieron en una oportunidad para reunir personas, celebrar una fiesta y mostrar su lugar en el mundo” dijo Laqueur. Incluso los grandes almacenes de la ciudad comenzaron a vender vestidos negros y recordatorios de luto.
Pronto, los accesorios funerarios fueron abundantes. Las fábricas de algodón, lana y seda produjeron muchas variedades de telas para cortinas, ropas de luto, sombreros, bufandas y guantes. ¡Para 1870, más de 1.500 personas en una sola ciudad, trabajaban en la fabricación de joyas de luto!
Nueva oportunidad de compra
En los viejos cementerios, todos compartían una fosa común. «Pero en 1804, en Francia, por primera vez desde la antigüedad, ¡podías comprar una sepultura individual!», informó Laqueur. “Eso cambió toda la cultura. Otros países pronto siguieron con esta costumbre».
Antiguamente los pocos residentes locales que pertenecían a familias importantes, eran enterrados dentro de la iglesia parroquial del pueblo, todos los demás eran enterrados en el cementerio. En la Inglaterra del siglo XVIII, alrededor del 95% de las personas no tenían lápidas, pero en el siglo XIX era más frecuente obtenerlas. “Las familias contaban con más dinero y podían pagar un plan familiar. Los primeros cementerios británicos, como Highgate, eran de propiedad conjunta de estas familias», dijo Laqueur. «El grupo invertía, compraban 20 acres, hacían jardines, construían una capilla y vendían parcelas hasta que se acabara el terreno».
A medida que más personas comenzaron a preocuparse de los funerales, el mercado funerario se expandió. Para un presupuesto de la clase trabajadora, el funeral personalizado menos costoso podía incluir un caballo y un simple refrigerio con cerveza y queso. El próximo nivel de ingresos podría recibir más elementos.
El deseo de un «funeral decente y un lugar propio donde descansar para la eternidad» se extendió en el siglo XIX. Se idearon campañas masivas para evitar el estigma de «no ser sepultado en la parroquia». Surgieron clubes de entierros en toda Inglaterra. Para 1874, 2.3 millones de personas se habían unido a las sociedades de amigos, que proporcionaban beneficios durante los funerales. Otros 650.000 pertenecían a sociedades funerarias registradas ante el gobierno. Muchos más se unieron a clubes funerarios pequeños y no registrados.
El deseo de un entierro dignificado estimuló un estilo de vida nuevo y respetable. Las reglas del club funerario a menudo incluían sobriedad y civismo en las reuniones. Se podía negar un entierro apropiado para quienes murieran por motivos de alcoholismo o enfermedades venéreas. Las personas empezaron a endeudarse y comenzaron a solicitar préstamos en casas de empeño para los gastos funerarios. Para 1850, el miedo a entierros combinados o funerales no deseados, crearon una nueva economía que impulsó a las personas a buscar empleo en la industria funeraria.
A medida que el concepto de cadáver se hacía cada vez más sentimental, se aumentaba más la demanda de los funerales. El cuerpo en camino a una tumba, reclamaba nuevo respeto, espacio y poder. Algunos cuerpos fueron exhumados y se volvieron a enterrar para corregir o vengar los errores percibidos en el pasado.
La creciente clase trabajadora comenzó a planear funerales más elaborados y con significado. Las procesiones o los desfiles podían presentar bandas y grupos de cientos de personas marchando, de acuerdo con su oficio. Los sindicalistas y los miembros del gremio llevaban vestimenta distinta para marchar. Especialmente los reformadores sociales, honraron a sus líderes con grandes funerales. En 1853, el organizador de la clase obrera B. Rushton, un destacado tejedor de telares manuales, tenía un ataúd de doble revestimiento. Su procesión contó con más de 6.000 personas, muchos de los cuales llegaron en un tren especial, que incluyó a 140 miembros de Oddfellows, la organización fraterna de clase obrera más grande de Inglaterra.
Por el contrario, la élite mantuvo su categoría distinta. En 1852, un millón de personas compraron boletos para el funeral del duque de Wellington. Su gran carro funerario, que medía 27 por 17, se inspiró en el de Alejandro Magno. Se fundieron 12 toneladas de viejos cañones de Waterloo que se moldearon en forma decorativa.
Los funerales típicos del siglo XIX se hicieron más impresionantes a medida que la economía industrial producía una amplia gama de ataúdes, ángeles y flores al por mayor. «Los ataúdes de roble, pino u olmo fueron decorados con clavos seleccionados, forrados con diferentes calidades de tela y amoblados con el colchón que uno eligiera», informó Laqueur. Los ataúdes más extravagantes añadieron una parte interna de plomo.
Después de 1850, los carros funerarios privados estaban cada vez más disponibles. Las reproducciones artísticas de los siglos XVIII y XIX comenzaron a mostrar desfiles funerarios. El énfasis de la sociedad británica cambió a un enfoque de propiedad, contratos comerciales y ganancias. Los funerales se volvieron casi estandarizados, con la industria produciendo accesorios aparentemente ilimitados. La clase media podía darse el lujo de comprar ataúdes, metales decorativos y otros accesorios que pensaban merecer.
Desarrollo en América
También en América, el desarrollo de los funerales cambió dramáticamente después de que comenzó la Revolución Industrial en Europa. Los cementerios no eran comunes en las colonias americanas, en parte porque los puritanos no creían en el espacio sagrado, anotó Laqueur. Muchos pueblos simplemente construyeron cementerios a las afueras de la ciudad. “Los cuáqueros y otros grupos protestantes querían funerales muy modestos. Les tomó un tiempo superar su aversión a los entierros más sofisticados. Sin embargo, después de una o dos generaciones, la gente comenzó a aceptarlos «, dijo Laqueur.
Hasta principios del siglo XIX, Nueva Inglaterra era principalmente un importador. La mayoría de los productos manufacturados, la ropa de luto y las bandas venían de Inglaterra. Sin embargo, ciertas artesanías importantes nacieron en los crecientes Estados Unidos. Por ejemplo, había importantes plateros como Paul Revere. “Los ataúdes fueron construidos aquí. En Boston estaban hechos de pino y arce, no de maderas baratas”, dijo Laqueur.
“El estándar de los funerales americanos fue siempre mayor, ya que los más pobres no eran los europeos que habían llegado. Señaló Laqueur. Tampoco se habían requerido habilidades especiales, sin embargo poco a poco “embalsamar, con más características técnicas, se convirtió en la habilidad profesional de los funerarios, cambiando su rol. Esto llevó a la creación de la profesión de Director de Funerario”, dijo Laqueur. “La habilidad de embalsamar, desarrollada en América, se abrió camino a Europa después de la Guerra Civil. Ese fue un gran punto de inflexión ya que la gente quería recuperar los cuerpos para embalsamarlos. Desde Gettysburg, los ferrocarriles hicieron posible enviar cuerpos a sus ciudades natales».
Los años de investigación plasmados en su libro de casi 600 páginas, repletas de detalles, llevaron a Laqueur a reconocer una verdad universal: «Las personas construyen sus propios mundos y comunidades, esto hace importante lo que hagas con los muertos».
Nota para los lectores: El trabajo de la muerte: Una historia cultural de los restos mortales (The work of the dead . A cultural history of mortal remains), está disponible a través de Amazon y Barnes & Noble.
Escrito por: Carol Milano, periodista independiente.
Publicado en “The Director”, publicación oficial de NFDA.
Edición mayo de 2019, Volumen 91. Número 5. Páginas 86 – 87.
Traducido por: Paola Gonzalez. Parque del Recuerdo
Asociado de ALPAR en Chile.