En los tres parques del cementerio Parque del Recuerdo existe un columbario común especial, al que recurren cerca de 300 familias al año para depositar las cenizas de sus hijos, quienes han fallecido antes de nacer, o han nacido y vivido por hasta 28 días, producto de una inviabilidad fetal o un embarazo de alto riesgo. Se trata de un programa que, en conjunto con la Funeraria del Hogar de Cristo, proporciona de manera gratuita el retiro de los cuerpos y el proceso de incineración, responso y resguardo de mortinatos y neonatos. “Ellos también necesitan iniciar su duelo”, dice el equipo, que está próximo a celebrar 10 años del programa.
Por Almendra Arcaya L. / Fotografía: Alejandro Araya y Carolina Vargas / Foto principal: columbario común, sede Puente Alto, gentileza Dignifica. Revista Paula.cl. www.paula.cl
Son las 16:50 horas de un jueves y en el frontis del cinerario del Parque del Recuerdo, en la comuna de Huechuraba, hay cerca de 60 personas. Algunas familias han llegado vestidas completamente de negro. Otras, con canastos y ramos de flores blancas, y globos. En un patio contiguo, detrás de un muro de árboles y arbustos, permanecen estacionadas dos vans, de color gris plata y marca Mercedes-Benz. En cada una de ellas se dejan entrever, a través de sus ventanales transparentes, tres cajones de madera, de 50 x 50 cm. En su interior, los restos de 12 nonatos y recién nacidos.
Entre la aglomeración de personas, circulan dos anfitrionas del cementerio, de blusa blanca y falda y pantalón azul marino. Ambas sostienen en sus manos una carpeta plástica blanca que contiene dentro las fichas de Aarón, Benjamín, César, Gabriel, Lucas, Luciana y Maximiliano.
Una escena similar presenció Bernardita López (34) y su marido Nicolás Fuenzalida (35) el 7 de diciembre, cuando junto a sus dos hijos mayores, Agustín (12) y Emilio (9), asistieron al responso de Santiago, su tercer hijo, quien falleció el 26 de noviembre, a las 16 semanas de gestación, en la clínica Bicentenario.
Santiago no fue planificado. Al momento de embarazarse, Bernardita llevaba 4 años con un tratamiento con progesterona, luego de que le detectaran un engrosamiento del endometrio que le provocaba sangramientos por hasta 30 días. Y utilizaba como único método anticonceptivo el conteo de días. “El doctor me decía: ‘Sin ningún método anticonceptivo, la progesterona es como hacerle la cuna a la guagua’. Pero yo pensaba que por lo del útero jamás podría quedar embarazada de nuevo”, recuerda.
El 9 de septiembre, tras una semana de atraso, se hizo un test de orina. “Cuando salió positivo me puse a llorar. Me sentía irresponsable, tengo un sobrepeso importante y ni mi cuerpo ni mi trabajo como dueña de una panadería, en la que tenemos que estar todo el día, lo permitían”, dice, cuando recuerda ese momento. “Nos costó ene asumirlo y explicárselo a nuestros hijos”.
Al día siguiente, cuando asistió a la clínica, le confirmaron que tenía 3 semanas de embarazo. Santiago estaba bien en peso y frecuencia cardiaca. Todo avanzó con normalidad hasta que el viernes 24 de noviembre, cuando estaba por cumplir las 16 semanas, se levantó de la mesa luego de tomar once con sus hijos, y sintió que se “hizo pipí”.
Cuando llegó a la clínica la presencia de líquido amniótico dio positivo, pero la frecuencia cardiaca de Santiago seguía estable. Al otro día asistió a una consulta de sobrecupo con el ecógrafo de la maternidad. “Había una reducción importante del líquido, mi bebé estaba más apretado y, por las medidas, tenía su cabeza ovalada. El doctor me dijo: ‘Puedo sentir su corazón porque late, pero no puedo ver ni sus pulmones ni sus riñones. Está muy apretado, como cuando a un globo inflado comienzas a sacarle el aire’”. Luego le sugirió que se fuera a urgencia y que pidiera que la hospitalizaran. Al día siguiente, las causas de la rotura de membrana aún se desconocían.
“Dentro de las posibilidades estaba que el bebé, por milagro, recuperara parte del líquido perdido y así optar por un embarazo que llegara a las 24 semanas, con reposo absoluto. También me dijeron que iba a nacer con complicaciones, que probablemente su desarrollo pulmonar iba a ser nulo y que podría verse afectado el desarrollo de sus huesos. De 100 casos, dijo el doctor, era 1 el que podría sobrevivir”, recuerda Bernardita.
Dos días después de hospitalizarse, mientras su marido Nicolás realizaba algunas entregas de la panadería, ella, aún en la clínica, tuvo ganas de ir al baño. Cuando se levantó de la taza sintió que tenía algo entre las piernas. “Era Santiago. Lo tenía entre mis manos… eso fue fuerte, muy fuerte. Era un bebé en miniatura, medía 20 cm, pero estaba entero. Su cabeza, su carita, sus ojos, sus pies, era como un muñequito de cera”, relata.
Minutos después, Bernardita entró de urgencia a pabellón. Luego de cortar el cordón umbilical el doctor le preguntó: “¿Qué quieres hacer con el cuerpo? Se pueden hacer varias cosas, pero va a venir una matrona a conversar contigo”. “’No tengo idea’, pensé. ‘¿Qué se puede hacer?, ¿queda como material de desecho?’, no sabía que podía llevármelo”, cuenta.
Cuando llegó la matrona, le explicó cuáles eran sus alternativas. “Una opción es que el cuerpo quede como desecho hospitalario. Otra, es que elijan realizarle un estudio patológico para determinar el motivo de su muerte y, lo tercero, sería retirarlo y enterrarlo por su propia cuenta, o a través del programa Dignifica”, les dijo, y les explicó de qué se trataba: “Con el fin de acompañar a los padres en el dolor de la pérdida de un hijo, Parque del Recuerdo junto a la Funeraria Hogar de Cristo desarrollaron el programa Dignifica en el año 2008, con el propósito de entregar una alternativa gratuita de digna sepultura para los bebés fallecidos en Santiago”, se lee en el protocolo.
Bernardita preguntó qué costo tenía, si enterrarían o cremarían el cuerpo, y dónde quedaría. Le respondieron que era gratuito, que el cuerpo sería cremado y que quedaría en un columbario común, juntos a otras guagüitas.
Bernardita y Nicolás se acogieron al programa. El lunes siguiente los contactó por teléfono Sandra Sáez (44), supervisora del Contact Center de la funeraria y coordinadora del programa.
–Hola, soy Sandra Sáez, la estoy llamando del Hogar de Cristo porque usted adscribió al programa Dignifica en la clínica Bicentenario –inició la conversación.
“Hay mamitas que piensan que a la guagüita la van a sepultar o que van a poder poner una lápida”, cuenta Sandra, quien realiza entre 4 y 12 llamados como estos, todos los lunes, a madres que se han atendido en uno de los 11 hospitales públicos o 7 clínicas de la Región Metropolitana adscritas al programa –como el Hospital Sótero del Río y el Hospital Barros Luco, y las clínicas Alemana, Dávila y Santa María, además del Hospital Regional de Rancagua y la Clínica Ciudad del Mar (Viña del Mar)–, cuyos hijos hayan fallecido en el útero de sus madres en las últimas 20 semanas de gestación (mortinatos) o hayan nacido y vivido por hasta 28 días (neonatos), producto de un embarazo de alto riesgo o una inviabilidad fetal.
“El programa contempla la incineración. Se trata de un columbario común que contiene todas las cenizas, guardadas por separado e identificadas, por si los padres quisieran arrepentirse y retirarlas, lo que en general son casos escasos. Si al momento de adscribirse quisieran retirar las cenizas, ese proceso se puede realizar, pero tiene un costo”, explica Sandra.
A veces, cuenta, las madres lloran apenas contestan. “Trato de darles contención, les digo que puedo esperar, por si quisieran tomarse un minuto o tomar agua, o que puedo llamarlas en otro momento”, detalla. También le han tocado casos en los que percibe indiferencia. “Hay mamás que no quieren saber nada de nada de su bebé. Recuerdo un caso en el que la mamá parecía fría al teléfono, como si le diera lo mismo, pero cuando vino a la ceremonia la vi destrozada”.
Luego de validar los datos personales, Sandra les cuenta sobre las tres alternativas de columbarios, en los tres parques del Parque del Recuerdo, en las comunas de Huechuraba, Puente Alto y Peñaflor. También les pregunta el nombre de su guagua. “Algunas mamitas se complican, porque cuando son embarazos de pocas semanas a veces el sexo no está determinado. Pero ahí les digo: ‘¿Qué le dice su instinto de mamá?’. Casi siempre me dicen el nombre, así pueden mencionarlos por su nombre y apellido en la ceremonia, y no como un NN”, explica.
Posteriormente les informa que su hijo será retirado el jueves más cercano por una carroza de la funeraria y los cita, ese mismo día, a un responso a las 17 horas en el cinerario del Parque del Recuerdo, en Huechuraba.
David Berríos tiene 50 años y es uno de los funcionarios que cada jueves realiza el retiro y traslado de los bebés desde el centro de salud hasta la ceremonia de responso. Su jornada comienza a las 8:30 de la mañana y, calcula, recorre entre 4 y 5 comunas al día recibiendo y depositando, personalmente, los restos y cuerpos de los mortinatos y neonatos en cada uno de los ataúdes.
“Aun cuando estemos mentalizados hay una carga emocional, de dolor. No solo por esa guagüita, sino por la familia, por esas mamás. La primera vez que tuve que poner a una guagüita en un cajón fue impactante, es fuerte ver los procesos en los que se forma una guagüita, o ver a guagüitas de término, de 50 cm, que no sobrevivieron. No tenemos contacto con las familias, pero cuando uno llega acá y ellos se acercan a ver los ataúdes y se quiebran, es inevitable empatizar. Uno trata de ser muy cuidadoso en cómo los recibe y deja en los ataúdes, y la gente lo agradece”, asegura.
“Hay mamás que preguntan si pueden ir a vestir a sus guagüitas o si pueden acompañar la carroza con un cortejo, pero es difícil, porque la carroza realiza un recorrido entre las 10 y las 16 hrs, por varias comunas y centros de salud. Pero las mamás lo entienden bien, es un programa de apoyo y lo agradecen, muchas de ellas no tienen los recursos para contratar un servicio funerario”, cuenta Sandra, quien calcula en unos 500 mil pesos un servicio que incluye incineración, para un recién nacido.
A este dilema se enfrentó el preparador físico Óscar Aranda (24) y su pareja, la ingeniera en informática Karla Luna (24), quien a los dos meses de embarazo se enteró de que esperaban gemelas: Maite Alejandra y Lissette Andrea. Cuando cumplieron 5 meses de gestación, el pasado 7 de diciembre, y fueron a un control de rutina en el hospital Félix Bulnes, les dijeron que Karla tenía el cuello uterino corto. Ese mismo día comenzó a dilatarse. “Tus hijas van a morir, y si intentamos hacer algo para salvarlas, correrías demasiado riesgo”, le explicaron.
Ese mismo día, a las 2 de la mañana, falleció Maite, y Karla comenzó un trabajo de parto natural. A las 4:20 hrs de la madrugada pudo tener a Maite entre sus brazos. Fue en ese momento en que le comentaron sobre el programa. Sin líquido amniótico, dado que compartían la misma placenta, 9 horas después falleció Lissette, quien también tuvo un parto sin intervenciones ni anestesia. Karla y Óscar se negaron al estudio patológico y accedieron al programa.
“No teníamos ahorros y yo estaba sin trabajo. Darles un entierro digno, como ellas merecían, nos iba a costar más de 1 millón de pesos. El traslado, la incineración, la sepultura, no teníamos esa plata. El programa fue un alivio dentro de tanto dolor”, asegura Karla, quien reconoce que su única aprensión fue que se tratara de un columbario común. “Al principio fue un tema, pero pronto caímos en cuenta de que lo que nosotros queríamos era la ceremonia, el proceso, para poder avanzar. Independiente de cómo y dónde queden, podríamos visitarlas y saber que sus cuerpos estaban ahí, aun cuando su espíritu está con nosotros. Eso fue esencial para comenzar el duelo”, asegura.
12 angelitos
A las 17:15 hrs, 15 minutos después de la citación, caminan hacia el frontis del cinerario 4 operarios del Parque del Recuerdo. De dos en dos, tiran dos estructuras metálicas que encima llevan los 6 ataúdes de madera. Adheridas a cada uno, se distinguen dos etiquetas rectangulares blancas que llevan escrito los datos de padres e hijos. Detrás de los operarios, y rodeando los ataúdes, caminan entre 20 y 30 personas. Algunas sacan fotos o graban con su celular, otras avanzan pausadas y en silencio.
“En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo. Hoy nos reunimos como hermanos para honrar a estos 12 angelitos. Por una razón que nunca entenderemos, Dios se ha llevado a estos angelitos. Te rogamos por los padres que lloran a sus pequeñitos”, predica un diácono de pelo blanco, en una sala de paredes claras y amplios ventanales, que separan el lugar de los 33° que hay afuera. En la entrada, escrito sobre una de sus paredes, se lee: “Pórtico de la esperanza”.
En la sala se escuchan sollozos y llantos constantemente. Los padres están acompañados de amigos y familiares. Luego de que el diácono derrama con un olivo agua bendita sobre los ataúdes, bautiza a los bebés e invita a darse la paz, dos operarios comienzan a girar una palanca que hace descender los primeros tres ataúdes. Lo mismo después con los tres ataúdes restantes. A medida que estos descienden, una madre, vestida de negro y con anteojos de sol, posa su mano sobre el ataúd de su hijo y se inclina, llorando, hasta que su brazo ya no alcanza a tocarlo.
Derecho al duelo
Según los registros del Ministerio de Salud (Minsal) y el Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS), cada año se producen en Chile cerca de 2 mil defunciones fetales, de las cuales, calculan, casi 500 de ellas corresponden a casos de inviabilidad. Y, en promedio, mueren anualmente entre 1.200 y 1.300 bebés nacidos vivos, antes de cumplir los 28 días de vida.
Desde el funcionamiento oficial del programa (2008), el Parque del Recuerdo y el Hogar de Cristo registran 2.953 servicios. En promedio, 295 casos anuales, entre mortinatos y neonatos, de los cuales la mayoría proviene de centros de salud pública. De hecho, durante 2016, fueron el 87% de los casos totales.
Sobre la proporción de padres que solicitan retirar los restos o cuerpos, y aquellos que optan por dejarlos en los centros de salud, no existen cifras oficiales, aseguran desde el Minsal. Sin embargo, desde la Fundación Amparos, agrupación de padres que desde 2014 proporciona, de forma gratuita, acompañamiento sicológico y orientación a padres que han pasado por una muerte perinatal, estiman que de los 100 casos que reciben anualmente, cerca de un 90% de los padres decide retirar a su hijo o hija.
Este proceso es posible desde el año 2003, luego de que en los años 90 un grupo de padres que había perdido a un hijo antes de nacer solicitaron públicamente, a través de cartas al director y columnas de opinión, que se les permitiera enterrar a sus hijos, cumpliendo así con un rito de despedida.
“Hasta entonces, las clínicas y hospitales solían eliminar al feto con el resto de los desechos biológicos, y cuando los padres acudían a buscarlos, ya no había nada que entregarles. Si una madre quería sepultar los restos embrionarios, pese a que la ley le otorgaba ese derecho, se veía privada de hacerlo, porque cuando tomaba conocimiento de lo ocurrido los restos habían sido cremados o enviados a centros de investigación”, explica la doctora Sofía Salas, Directora del Programa de Ética y Políticas Públicas en Reproducción Humana de la Universidad Diego Portales.
Las demandas encontraron eco en médicos, principalmente neonatólogos y obstetras, quienes los apoyaron en buscar una salida legal. Fue ese llamado el que en 1994 convocó al fallecido doctor y ex director del hospital Sótero del Río, Sergio Corvalán, a impulsar el programa Dignifica, junto al padre Renato Poblete, en ese entonces capellán del Hogar de Cristo.
“La historia comienza […] a raíz de una serie de publicaciones que leí en la prensa, donde aparecían varios casos de cuerpos de niñitos que eran hallados en la basura. […] Así se inicia esta campaña, larga, golpeando muchas puertas en comisiones de ética, el Colegio Médico y la dirección del hospital (Sótero del Río), que tenía como principal objetivo darles dignidad a estos pequeños chilenos que no nacieron, pero que sí existieron”, relata Corvalán, en una entrevista publicada en 2011 en el canal de Youtube del Parque del Recuerdo.
Esta inquietud por resguardar el derecho al duelo dio origen al Proyecto de Ley Sobre Tratamiento Legal de Restos Embrionarios y Fetales, que se promulgó en diciembre de 2003 y se concretó en un decreto que insta a los equipos médicos a informar a la madre, antes de ingresar a pabellón, sobre este derecho, y obliga a clínicas y hospitales a entregar los restos embrionarios a los padres que lo soliciten durante las siguientes 72 horas, independiente de su edad gestacional.
“Este decreto reparó lo estipulado en el código sanitario respecto a lo que se reconocía como desechos biológicos, excluyendo la donación de espermios, óvulos, sangre, médula ósea, huesos y piel, así como todo producto de la concepción que no llegue a nacer vivo”, explica Salas, quien sostiene que uno de los mayores desafíos de la muerte de un no nacido es que suele vivirse en silencio.
“Rara vez hay ritos de despedida y, si ocurren, se realizan antes de que incluso se le pueda dar un nombre social a ese hijo. En ese contexto, el programa busca resolver este problema. Cada familia deberá encontrar un rito que le haga sentido. Para algunos será importante guardar un recuerdo tangible de esa existencia, evitando esconderlo, y en ese caso el equipo de salud juega un papel fundamental en facilitar que las familias conserven la impresión de la planta del pie, una foto, el cordón umbilical. Es imperativo educar a los profesionales en estos aspectos, que pueden contribuir a un duelo más llevadero”, explica Salas.
El manejo de los equipos médicos y cómo estos comunican Dignifica a los padres es uno de los desafíos del programa, razón por la cual hasta 2014 realizaban capacitaciones presenciales, que luego fueron reemplazadas por un video interactivo, dirigido a las matronas, en el que se establece un protocolo de presentación.
“Inevitablemente, el proceso de duelo se entrelaza con el contexto clínico u hospitalario. Si el equipo médico no está sensibilizado con estos casos, no cuidará el espacio y tiempo adecuado en el que se entregue la información que hay disponible”, coincide Blanca Prat, Directora Ejecutiva de la Fundación Amparos, quien asegura que, producto de esta falta de formación, las madres podrían enfrentarse a una “cadena de hostilidades”.
“La falta de protocolos conlleva a errores, como el ocultamiento. Si una madre está en shock y no se siente preparada para ver a su hijo, hay técnicas. Una matrona puede ofrecerle describir a su guagua, decirle ‘tiene la nariz así, las manitos así’, invitarla a que toque una parte de su cuerpo, a darle un beso o a tenerlo durante horas en sus brazos, si así lo quiere. Pero existe este frenesí de apurar y se olvida la importancia de este rito como parte del duelo que, si falta, aumenta las probabilidades de causar una depresión compleja. La mayoría de las madres que no vieron a sus hijos se arrepienten”, explica Prat.
Andrea López, matrona de la Universidad de Chile y académica y directora del diplomado Manejo Integral del Duelo Perinatal de la Universidad San Sebastián, concuerda, y asegura que un equipo médico que tiene las competencias de asistencia frente a un diagnóstico adverso, potencialmente letal, puede hacer la diferencia en la forma en la que la madre elabora el duelo.
“Va a ser decidor cuánto se le permita a la madre involucrarse, que pueda elegir cómo parir o cuánto contacto tendrá con su bebé. Hay iniciativas locales, como en el Tisné o el hospital de Puerto Montt, donde el equipo incentiva a los padres a armar una cajita, donde guardan las cositas con las que su bebé tuvo contacto, como la pulsera con su nombre o los zapatitos que usó. Todas esas cosas constatan lo que los padres sienten: ese hijo existió y eso es una vivencia de ello”, explica.
El desafío, asegura, es que al no haber protocolos sistematizados, los procesos quedan a criterio de cada equipo. “Por formación, el equipo va a perseguir la lógica de salvar vidas, por tanto es probable que tomen a ese bebé, se lo quiten a su madre y lo reanimen, le den oxígeno y una serie de asistencias, en vez de dejarlo abrazadito con su madre las tres horas que va a vivir. Eso, inevitablemente, vuelve el duelo más lento. ‘¿Por qué cuando me quitaron a mi bebé no dije nada?, ¿por qué fui tan pasivo?, ¿por qué no saqué una foto o guarde un poquito de su pelo?’, se preguntarán los padres. Ese cuestionamiento los lleva a una constante reflexión de lo que hubieran querido y atenta contra el proceso normal de la elaboración del duelo, abriendo las posibilidades a una depresión o duelo patológico más fuerte”, asegura.
El rito mortuorio es, también, infaltable, y en Chile suele adquirir un tinte religioso, aseguran los sociólogos Eduardo Valenzuela (62) y María Gracia Cox (26), decano y analista de investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UC, respectivamente, y quienes hace 7 años elaboran el estudio Los chilenos y la muerte –realizado por el Instituto de Sociología de la UC y el Parque del Recuerdo– que en su última versión señala que un 74% de los chilenos le adjudica mucha y/o algo de importancia a la realización de un rito post mortem.
“En todas las culturas se ritualizan las transiciones que son socialmente significativas. No es solo cuestión de nacer, sino que los recién nacidos sean presentados y reconocidos como parte de una comunidad humana determinada que, habitualmente, se hace a través de un rito como el bautismo. Lo mismo sucede con la muerte, los cambios de estado requieren de alguna clase de reconocimiento social que ratifique que hubo una transición y que la nueva condición que se asume es socialmente aceptada”, explican.
Madres jóvenes, madres migrantes
Bernardita y Karla son parte del 77% de las madres de entre 23 y 39 años que fueron atendidas en el programa durante 2017, de un total de 407 casos. Y desde la aparición del programa a la fecha, la cifra de mujeres migrantes adscritas ha ido en aumento: en el último año conformaron un 28% de los casos totales. 93 madres de las cuales 39 corresponden a haitianas, 20 a peruanas y 11 a venezolanas.
Una de las mayores preocupaciones de Sandra, al hacer contacto con las madres, es el idioma. “Hay madres haitianas que no tienen un traductor a mano y quedan sujetas a eso para validar y confirmar que sus guagüitas sean retiradas, porque no logramos entenderlas. Incluso he tenido que preguntarles su ubicación e indicarles, paso a paso, cómo trasladarse para llegar al responso, porque hay casos en los que, por error, llegan a otros cementerios y se pierden la ceremonia. He pensado en tomar clases, para interiorizarme en su idioma”, asegura.
Naileth Díaz (41) es venezolana y periodista de profesión, y llegó a Chile el 9 de marzo junto a su marido y su hija de dos años. Tres días después de aterrizar, calcula, quedó embarazada. “Si puedo afirmar algo es que Chile es fértil”, dice con humor, y relata el camino que recorrió para convertirse en madre: “Durante 5 años estuvimos buscando niños. En Venezuela me sometí a muchos tratamientos para quedar embarazada, pero nada funcionó y los doctores me aseguraron que era estéril, por unos miomas que tenía en el cuello del útero y las trompas. 15 días después de llegar a Chile me debía llegar la menstruación, pero se me atrasó, y estaba muy mareada. Pensé que era porque en Chile tiembla mucho, pero igualmente me hice un test de embarazo para descartar. Con mi marido no lo podíamos creer”.
Cuando llegó a su primer control, en el consultorio Padre Orellana, tenía 40 días de embarazo. Ese día la matrona la derivó al hospital San Borja Arriarán, donde a los 6 meses de embarazo, luego de una ecografía de rutina, le comunicaron que Aarón, su hijo, tenía algunas malformaciones.
“En principio me dijeron que tenía un quiste en el cerebro. Luego que no se le había formado la mandíbula y que no tenía esófago. Pero yo siempre tuve fe de que mi hijo iba a vivir, lo estábamos esperando, teníamos su ropa que nos habían enviado de Venezuela. Nos comentaron también que, paulatinamente, se estaba aprobando esto del aborto y que yo era una de las personas que podía decidir si seguía o no con el embarazo. Por mi fe cristiana yo quise llegar a término, decidimos ser felices con mi hijo el tiempo que Dios quisiera”, recuerda Naileth.
Aarón Duarte Díaz tenía el síndrome de Edwards, una trisomía 18 y, según señalaron los doctores, lo más probable era que falleciera en el útero de Naileth. El 24 de noviembre, a las 38 semanas de gestación, Naileth fue hospitalizada por una preeclampsia. Aarón nació esa tarde, a las 18:20 hrs, en un parto por cesárea. Vivió durante 5 días y murió en los brazos de Naileth.
“Aarón tenía esófago, recibió leche materna y, al verlo, no tenía ninguna malformación. Era bello, se puso su mejor traje para conocernos… se desvaneció en mis brazos. Luego de conversar una hora y media con la sicóloga, le hablé, le di cariño y lo vestí, y ahí me hablaron del programa”, recuerda.
Para Naileth, el programa fue un apoyo económico, moral y sicológico. “Mire, de verdad le digo, si ustedes no me apoyan aquí en Chile, no sé qué hubiese hecho. Nunca me preparé para que él muriera, no contábamos con los recursos y, por experiencia de chilenos, al parecer es muy costoso. Es un apoyo moral también, porque me sentí digna, aunque yo estaba en un país que no era el mío, me trataron a mí y a mi hijo como chilenos. No me siento una cualquiera, sin recursos, y aunque yo sé que mi hijo está en el cielo, espiritualmente es muy tranquilizador tener adonde ir, adonde llevarle flores”, asegura.
Para Naileth y su marido, el que fuera un columbario común no fue tema. “Me tranquilizaba que mi hijo estuviera con otros compañeritos, angelitos, como en una sala cuna, donde los cremarían a todos juntitos. Ver a sus madres, sentirnos identificadas, me ha ayudado mucho, pues”, dice.
A diferencia de Naileth, Bernardita habría optado por no tenerlo si hubiese podido. “Si me daban a elegir entre tener una guagüita con las dificultades y condiciones en las que venía Santiago, yo de verdad hubiese preferido un aborto espontáneo, o que no venga, porque tampoco nos imaginamos con una guagua enferma, no es sano ni para la guagua ni para nosotros”, dice.
Si el caso de Bernardita y Nicolás hubiese calificado dentro de dos de las tres causales de la Ley de Aborto, desde el programa, aseguran, podrían haber accedido igualmente a Dignifica. “Es posible acogerse al programa en casos de inviabilidad fetal o cuando existe riesgo vital de la madre. Lo anterior, debido a que en ambos casos es posible que el mortinato esté en las últimas 20 semanas de gestación, como se establece para acceder a este programa. En ese sentido, el alcance del programa no está condicionado a las causales de fallecimiento del menor”, explican.
20 días hábiles después de cada ceremonia, Sandra se vuelve a comunicar por teléfono con esos padres para comunicarles que las cenizas han sido depositadas en el columbario común que eligieron, al que pueden asistir los 365 días del año, durante el tiempo que estimen conveniente, y llevar flores, siempre naturales.
“Santiago es parte de nuestras vidas. Él existe, hablamos de él y mis hijos son conscientes de que tienen un hermanito menor para siempre”, dice Bernardita. Naileth aún conserva la cuna y ropa de su hijo Aarón. “Dios juntó a las personas más hermosas de Chile y me las puso en el camino, y tengo paz en mi corazón”, asegura. Karla acaba de recibir el permiso de su doctor para intentar ser madre de nuevo.
Juan Pablo Donetch
Presidente
Excelente iniciativa !
Un gran apoyo para familias que tienen una pérdida en condiciones tan lamentables.
Felicidades Parque del Recuerdo; siempre innovadores.
Alberto, no te motivaría implementar algo así en Costa Rica?