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Gisela Adissi, una de las fundadoras de ‘¿Y si hablamos de duelo?’, sintió vergüenza de ser dueña de un cementerio. Hasta que la muerte de un primo en un accidente, le dio un nuevo significado a esa historia.

“Mi familia es la dueña de dos cementerios, un crematorio, una funeraria, un plan de asistencia funeral y de una floristería dedicada a los servicios fúnebres. Como crecí viendo a mis padres trabajando en este sector, siempre me pareció todo muy normal. Solamente a los 9 ó 10 años de edad, comencé a sentirme incómoda ante los otros – y eso sucedió porque ellos se sentían incómodos conmigo, cada vez que yo decía que era hija de los dueños del cementerio. Yo veía en el rostro de las personas una expresión rara, incomodada, y así empecé a sentirme incomodada también. Recuerdo hasta hoy la única vez en la vida en que encontré una chica que venía de una familia como la mía. Éramos adolescentes y cuando María Fernanda dijo ‘mi papá es dueño de un cementerio’ yo comencé a gritar: ‘¡el mío también!, ¡el mío también!, ¡el mío también!’. Nosotras ni nos conocíamos y fue automático darnos un fuerte abrazo. Aun ahora, en la vida adulta, mucha gente todavía me mira de forma extraña, cuando cuento cuál es mi profesión. Cuando hice mi posgrado precisaba decir en diferentes clases cuál era mi área de negocios y veía que la gente sonreía sin gracia, encogiéndose en la silla, como si precisasen protegerse de mí. Nadie quiere estar cerca de algo o de alguien que le recuerde la muerte. Hacemos de todo para olvidarnos de que existe. Me parecía comprensible la reacción de mis colegas: confieso que consideré una aberración mi trabajo. Incluso habiendo frecuentado cementerios desde niña, demoré para conseguir intimidad con la muerte.

Fue solo cuando perdí de manera trágica un primo muy cercano, que realmente pude sentir en la piel el sufrimiento de quien ve partir a alguien muy querido. Y al experimentar este sentimiento, el sentido de mi trabajo cambió completamente – si antes yo sentía vergüenza, hoy siento orgullo de lo que hago. Ya había perdido personas anteriormente, pero hasta entonces todo había ocurrido en el orden natural de las cosas. Mi abuela, una tía… Fue con sufrimiento, pero fueron muertes que acontecieron en el tiempo esperado. Nada se compara a la muerte de Leo… ¿Cómo puede alguien desaparecer de repente en un accidente de avión? ¿Cómo se lidia con la partida de una persona tan joven, tan en el auge de la vida, tan llena de planes? La muerte de mi primo desordenó mi vida (la interna, más que la externa) y, puedo decir lo mismo, de la vida de mucha gente de mi familia, a pesar de que estamos acostumbrados a convivir tan de cerca con el duelo. No hay caso: si esa experiencia nos enseñó algo, es que el duelo de cada uno, es el duelo de cada uno. Yo solo puedo hablar del mío… Y hablo: para mí, en las semanas siguientes a la muerte de Leo, todo quedó congelado y fuera de lugar. El tiempo parecía funcionar en slow motion, me faltaba sentir el piso y sobraba dolor. El dolor pesa. Tal vez venga de ahí la palabra ‘pesar’ para expresar el sentimiento de duelo. Aquellos días, los fui viviendo medio automáticamente, cargando conmigo mi pesar. Por donde iba yo, el paquetito (¡el paquetazo!) de dolor iba conmigo.

De esa época solo recuerdo fragmentos. Uno de ellos es el de una conferencia que asistí en SINCEP, el Sindicato de los Cementerios y Crematorios Particulares de Brasil. Era una charla del Instituto Cuatro Estaciones, que hace un trabajo muy efectivo y muy respetado, de soporte psicológico para situaciones de pérdidas y duelos. Como el accidente que mató a mi primo era el asunto de aquellos días, era natural que fuera mencionado por las psicólogas. Pero bastó que ellas comenzasen a hablar sobre el caso, para que la gente del Sindicato se manifestara, diciendo: ‘Por favor, no queremos tocar ese asunto’. Yo quería tanto oír lo que ellas tenían para decir… Quedé sensibilizada al percibir que mis colegas querían evitar que alguien tocase nuestra herida, pero de cualquier forma la herida estaba abierta, expuesta, sangrando. No había ningún problema si hicieran referencia a la muerte de Leo, porque en aquel momento no había nada en mis adentros, en mi pensamiento, que no fuese la muerte de Leo. Me resultó curioso que en un evento de personas que trabajan con la muerte, el dolor fuera un tabú… A partir de ahí la idea de humanizar la atención en las empresas fúnebres ganó una fuerza gigantesca en mí. Ese ya era un objetivo profesional y se volvió algo mayor, un proyecto de vida – hoy tengo el sueño de transformar la relación que la gente tiene con la muerte. La creación de “¿Y si hablamos de duelo?” tiene todo que ver con este sueño. Soy una de las fundadoras del proyecto junto con seis amigas del área de comunicación y psicología – que, tal vez por tener profesiones en las que se ejercita la curiosidad y la empatía, siempre tuvieron los oídos muy atentos e interesados en mis historias ‘cementerianas’. (¡Gracias, chicas!)

En mi trabajo, recordamos a todos los colaboradores constantemente que, si bien para nosotros los velorios y entierros son rutina, quien llega a nuestros cementerios para asistir a un entierro, vive un momento único y difícil. Respeto, discreción y delicadeza, son valores que insistimos en cultivar con relación a nuestros clientes y también a nuestro equipo que precisa de soporte (no es fácil convivir con la muerte diariamente y por eso nuestros “cuidadores” también precisan de cuidados). Trato de difundir entre ellos la idea de que somos una empresa proveedora de afectos y de que solamente trabajando juntos podremos crear caminos para cambiar la relación que las personas tienen con la muerte. Ya entendimos que será preciso cambiar la estética fúnebre, la “cara” de la muerte. ¿Por qué los cajones son siempre los mismos, hace tanto tiempo? ¿Por qué son tan pesados y oscuros? ¿Será que no podemos hacer algo diferente, no ‘vincular’ la muerte al peso, sino a algo liviano? Menos mal que mi querida tía abuela Mara, que fundó este negocio hace 45 años, tuvo la idea de colocar a nuestros cementerios un nombre que evoca liviandad: Primaveras.

Hoy ya no utilizo más subterfugios del tipo “soy empresaria” o “soy administradora de empresas” para hablar sobre mi trabajo. Trabajo en un negocio que es de amor, es de cuidar. Cuidar a las personas, cuidar la memoria. Caramba, hablar de memoria rendiría otro texto, pero queda para la próxima vez. En este lo que yo quería decir, ya lo dije: ¡trabajo en cementerios, con orgullo!


Gisela Adissi
CEO del Grupo Primaveras en Brasil, Presidente de SINCEP y ACEMPBRA (Sindicato y Asociación de los Cementerios y Crematorios Particulares de Brasil) y una de las fundadoras del proyecto “¿Y si hablamos de duelo?”.

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