Como todo, el duelo también tiene sus paradojas. Cuando nos despedimos de alguien marcamos una transición entre la vida y la muerte, pero es justamente ahí que se inicia la jornada de despedida, cuando necesitamos acoger nuestro dolor.
Decir adiós nunca es fácil. Y decirle adiós a alguien que usted nunca más va a ver, llega a doler. Duele porque nos damos cuenta de la separación, que para algunos puede ser eterna e irrevocable, y para otros puede ser temporal. Independientemente de nuestras creencias sobre vida después de la muerte, la separación creada por ella es siempre dolorosa. Como dijo C.S Lewis tras la pérdida de su esposa: “la ausencia de ella es como el cielo, esparcida por todo lugar”.
Cuando decimos adiós, marcamos una transición entre la vida y la muerte literalmente, pero al mismo tiempo nos estamos embarcando en la verdadera jornada de despedida. Y paradójicamente esa jornada de despedida comienza diciendo “hola”.
¿Existe propósito mayor en la vida que dar y recibir amor? El amor es la esencia de una vida de abundancia y felicidad. Tenemos una enorme necesidad de amor, en verdad nuestra capacidad de dar y de recibir amor es lo que nos define. Y el amor inevitablemente nos lleva al duelo. Son dos lados de la misma valiosa moneda, el yin y el yang de nuestras vidas. Algunas personas dicen que el duelo es el precio que pagamos por haber amado. Y es verdad. Quien se permite el privilegio de amar, inevitablemente corre el riesgo de la pérdida.
A partir del momento en que nacemos le decimos “hola” al amor. Decimos “hola” cuando buscamos amor, cuando reconocemos el amor y cuando lo nutrimos para que crezca. Decimos “te amo”, abrazamos, tocamos. Nosotros, activamente, amamos. Y debemos decirle “hola” al duelo. No lo buscamos, pero tenemos que reconocerlo y hasta diría, que debemos acoger nuestro dolor. Porque al final, el dolor que sentimos es consecuencia del privilegio de haber amado. Cuando acogemos el dolor, damos testimonio del misterio de la verdadera naturaleza del amor y de la pérdida.
Muchas veces intentar entender exactamente la experiencia de la pérdida puede ponernos en peligro. Como alguien astutamente observó: “el misterio no es algo que se explica, sino algo a ser ponderado”. Muchas veces estar abierto al misterio y reconocer que no podemos explicar o controlar todo, trae el entendimiento. No somos mayores o mejores que la muerte y tal vez después de buscar exhaustivamente una explicación sobre por qué perdemos a alguien que amamos, es que podemos descubrir un nuevo significado para nuestra propia vida.
El entendimiento puede venir cuando nos rendimos a la necesidad de comparar el tamaño del dolor (porque no se trata de una competencia), puede venir cuando nos rendimos a la autocrítica (porque requerimos de autocompasión) y puede venir cuando nos rendimos a la necesidad de entender completamente el por qué (porque nunca lo entenderemos). El dolor que toca nuestra alma tiene su propia voz y no debe ser comprometida por la necesidad de comparación, por un autojuicio o por la necesidad de una explicación lógica. Rendirse no significa resignarse. En realidad rendirse al misterio es una elección corajosa, un acto de fe, de confianza en uno mismo. Solo podemos guardar el misterio en nuestros corazones y cercarnos de amor.
A pesar de nuestra cultura de negación del duelo, decirle “hola” a la realidad de la pérdida es el primer paso para decir “adiós”.
Decir “hola” a la realidad física de la muerte:
Si usted ya participó de alguno de estos rituales: velorio, ver el cuerpo en un ataúd, seguir un cortejo, el entierro, la ceremonia de cremación, usted ya le dijo “hola” a la realidad física de la muerte. Aun así, tras los debidos rituales (y yo realmente creo en su importancia), usted todavía puede decir “hola”. Ser honesto con su dolor es una forma. Permitir que sus sentimientos y pensamientos vengan a la superficie sin juicios. Expresar su dolor es esencial para descubrir una nueva vida sin aquella persona. El duelo es un “hola” público que le damos a nuestro dolor: “Una cosa muy importante sucedió conmigo. Yo amé y perdí a la persona que amé”.
Decir “Hola” al nuevo yo
Amar a alguien nos cambia para siempre, perderlo también. Después de la muerte de alguien que amamos queda una herida abierta, que por más que se cure, deja una cicatriz. Después de decirle “hola” a la realidad física de la muerte, naturalmente usted comienza a percibir que está cambiando y entonces llega el momento de decirle “hola” al nuevo yo.
La muerte exige que asumamos nuevos papeles, como el de viuda por ejemplo, o de madre/padre soltera/o. La persona que partió era parte de usted, es natural que quede un vacío, un espacio a ser llenado. Reconocer ese vacío forma parte de la construcción de un nuevo yo, de una nueva vida que se inicia sin aquella persona, sin aquel pedazo. Camine en su propio ritmo conforme vaya reconociendo que el dolor y los nuevos significados no andan separados, sino juntos. Poco a poco le dirá “hola” a su nuevo yo.
Decir adiós
El duelo nunca acaba, porque el amor nunca acaba. Las personas no superan el duelo. El dolor físico disminuye, la tristeza encuentra su lugar, la vida se transforma, pero nadie olvida o borra a la persona que murió; el duelo sigue. Es como si entrásemos por una puerta en una nueva realidad, pero nadie cierra y tranca esa puerta completamente. Pero hay un momento en el que usted finalmente dice “adiós”. No quiere decir que se olvida, que se cura y que supera la muerte, sino que usted se reconcilia con ella. Reconciliación literalmente significa retornar a la vida buena nuevamente.
Con ella viene un nuevo sentido de energía y conciencia que capacita a reintegrarse a las actividades de la vida. Alterar la relación con la persona que partió de “relación presente” para “relación en memoria”, y dirigir la energía e iniciativa para el futuro, puede llevar mucho más tiempo de lo que se cree o espera. Lo que fue entendido por la cabeza pasa a ser entendido también por el corazón.
Cuando usted llega a la reconciliación, pasa a percibir que la presencia cortante del dolor se transforma en un nuevo significado y propósito. En el camino de la reconciliación no existe un momento de llegada, sino varias paradas, pequeños cambios, pequeños avances y una gratitud grande por cada minúscula señal de progreso. Si está sintiendo el gusto de la comida nuevamente, agradezca. Si duerme una noche entera, agradezca. Si tiene energía para almorzar con un amigo, agradezca.
Texto inspirado en el libro “The Paradoxes Of Mourning” de Alan Wolfelt. Autor de diversos libros sobre pérdida y duelo. Wolflet es Director del Center for Loss and Life Transition en Fort Collins, Colorado, en Estados Unidos.
Gisela Adissi
CEO del Grupo Primaveras en Brasil, Presidente de SINCEP y ACEMPBRA (Sindicato y Asociación de los Cementerios y Crematorios Particulares de Brasil) y una de las fundadoras del proyecto “¿Y si hablamos de duelo?”.